Cuando un niño se asoma a la vida, todo le parece extraordinario y maravilloso. No deja de sorprenderse por cada nueva cosa que ve o cada nueva sensación que experimenta. Luego crece y pierde su capacidad de asombro. Se amolda a la realidad de las cosas y a la rutina de la vida, y deja de hacerse las preguntas que más íntimamente le atañen. Es posible que a lo largo de su vida acumule gran cantidad de conocimientos y sea siempre un ignorante, porque la verdadera sabiduría no consiste en saber muchas cosas, sino en saber vivir; en saber vivir con sentido. ¿Pero cuál es el sentido de su vida? Para el creyente, la vida tiene un sentido claro que trasciende a la muerte. ¿Pero qué sentido tiene para los que no creen, o no creen del todo, o para los indiferentes? ¿Qué sentido puede tener para ellos una vida con la perspectiva cierta de la muerte?... Jean Paul Sartre afirma que el mundo es absurdo; que no existe la naturaleza humana ni un sentido general de la vida. Pero añade que "la vida de cada hombre debe tener un sentido, y es cada uno quien tiene que dárselo".