Desde que Zurita cayó más exhausta que desnortada sobre el remolino de lluvia en la boca del sumidero, y que un benevolente juguete olvidado le salvó de ser engullida, el niño establece con la inesperada paloma una tan fraternal relación de intimidad y apego que la hace confidente de sus temores, esperanzas y miedos a hacerse mayor. Cuando se decreta para el chaval el pantalón bombacho, que entonces proclamaba su depertar a la vida adulta, Zurita huye: se resiste a volar el cielo del incierto mañana que aguarda al futuro hombre.